Un camino hacia una sana autoestima: La Compasión
Roque Pedraza - Psicoterapeuta
Bienestar / 14 mayo 2020
Generalmente solemos ver a la compasión a partir de su carácter solidario, como una especie de rasgo de personalidad de alguien noble; por ejemplo, cuando una persona trata bien a quien está sufriendo o se porta amable ante los demás. Aunque esto es cierto, también podemos considerar la compasión como una habilidad que se puede adquirir o mejorar y no sólo una característica de unos pocos.
Del mismo modo, podemos hacer el intento de concebir la compasión no solo como algo que se siente por los demás o una especie de empatía, sino también como aquello que inspira a cuidarnos, servirnos y tratarnos con misericordia.
Esto nos permite tender un puente entre nuestra capacidad de ser compasivos con nosotros mismos y la de valorarnos por quienes somos, es decir, la autoestima. Dicho esto, me atrevería a sostener que no existe la posibilidad de construir una sana autoestima, sin la presencia de la auto-compasión en nuestra manera de juzgarnos por lo que somos y lo que hicimos.
Para autores como Matthew McKay, la compasión consta de tres elementos básicos: comprensión, aceptación y perdón.
Comprender es un buen primer paso para entrenar la habilidad de la compasión. Dar este paso consiste en contemplar – sin intentar cambiar – a una persona hasta lograr entender lo que está detrás de lo evidente de sus actitudes, aunque algunas de estas puedan ser molestas o desagradables. Comprender supone resistirnos a ver a los demás a través de los cargos o roles que ejercen. Si por un momento puedes ver a tu mamá no desde el rol que “debería” desempeñar como madre ideal, sino como una persona que tiene una historia familiar, una forma de ser, algunos miedos y muchos desaciertos, seguramente tendrás una visión más profunda y consciente de quien realmente ella es.
Este ejercicio de comprender a los otros, que resulta muy saludable en nuestras relaciones personales, también lo podemos aplicar a nosotros mismos. Muchas veces solemos reprocharnos sobre decisiones pasadas que tomamos sin saber por qué. Ante esta realidad, un buen ejercicio de auto-comprensión implica darnos cuenta que, dado que ya pasó un tiempo y nuestra memoria suele ser bastante más frágil de lo que pensamos, hay muchas cosas de las que no tenemos registro real, sino subjetivo. Por ejemplo, es difícil describir con precisión el nivel de alteración en el que nos encontrábamos cuando actuamos de tal o cual forma, del mismo modo, es difícil recordar nuestras motivaciones o preocupaciones más importantes de aquella época.
Aceptar es quizás el aspecto más difícil. Una vez que comprendimos la realidad de alguien, sus actitudes o su modo de ser, la compasión nos invita a reconocer aquellos hechos sin juzgarlos. Por ejemplo, en el orden de la auto-compasión, una persona que frecuentemente dice de sí mismo “ser una pelota por lo gordo que está”, debiera encontrar una manera de aceptar aquello sin incluir juicios de valor. Se diría a sí mismo algo como esto: “Peso 85 kilos y lo acepto, mido 1.60 y lo acepto, son hechos que debo aceptar y no usarlos para mortificarme”.
El perdón es el resultado de los dos procesos anteriores. Perdonarte no significa aprobar o estar de acuerdo con lo que hiciste, o que lo malo se convierta en bueno de forma automática. El camino del perdón pasa por asumir el hecho pasado como una realidad que no puedo cambiar, pero que sí puedo reparar, además de sólo procurar no volver a hacerlo. Por ejemplo, cuando te perdonas a ti mismo(a) por haber tratado mal a alguien, es importante comprender qué pasaba en tu mundo interior cuando lo hiciste, aceptar que ese estado te influyó de tal forma que no controlabas del todo tus palabras y tus actos, y afirmar que no estás dispuesto a que el descontrol te juegue en contra cuando dañas a los que amas, por tanto buscas ayuda. En conclusión, perdonarte supone saber que las personas buenas también toman malas decisiones, y que son muchas las cosas que nos definen, no sólo nuestros desaciertos.
Muy bueno Roque!!