MÁS ALLÁ DE LA AUTODESTRUCCIÓN. EL DRAMA RELACIONAL DEL SUICIDIO
Dr. Juan Luis Linares - Psiquiatra y Psicólogo
Bienestar / 6 mayo 2020
RESUMEN: A propósito de la historia de Cio Cio San, heroína de una conocida ópera de Giacomo Puccini, se extraen conclusiones sobre el substrato relacional de la depresión y del suicidio como acto emblemático de la dinámica depresiva. Destacan la hiperexigencia y la descalificación en la familia de origen, así como ciertas dinámicas disfuncionales en la pareja, incluyendo el posible encuentro con un depredador. El suicidio tiene el sentido de castigarse a sí misma por no dar respuesta adecuada a las exigencias, castigar a “los otros” con un legado de culpa, y satisfacer un cierto narcisismo.
PALABRAS CLAVE: suicidio, depresión, hiperexigencia, descalificación, depredador, castigo, culpa, narcisismo.
Beyond self-destruction. The relational drama of suicide.
ABSTRACT:
Concerning the story of Cio Cio San, heroine of a well-known opera by Giacomo Puccini, conclusions are drawn about the relational substratum of depression and suicide as an emblematic act of depressive dynamics. Highlights include hyperexigence and disqualification in the family of origin, as well as certain dysfunctional dynamics in the couple, including the possible encounter with a predator. Suicide has a sense of self-punishment for not responding adequately to demands, punishing others with a legacy of guilt, and satisfying a certain narcissism.
KEY WORDS: suicide, depression, hyperexigence, disqualification, predator, punishment, guilt, narcissism.
A finales del siglo XIX, la ciudad japonesa de Hiroshima se vio conmocionada por la muerte mediante seppuku o haraquiri de Cio Cio San, una joven y bella geisha de la localidad. Como es bien sabido, se trata de un suicidio ritual propio de la cultura samurai, con el que el suicida, tras haber cometido una falta contra el honor, lo recupera para sí y para sus familiares. El padre de Cio Cio San ya cometió seppuku, inducido a ello, como era costumbre, por el emperador o por el jefe de su clan.
Pero la historia que nos interesa empezó unos años antes de su muerte, cuando nuestra heroína fue elegida por un marino norteamericano, de nombre Pinkerton, como esposa de conveniencia, siguiendo una costumbre que permitía celebrar falsos matrimonios, de vigencia limitada. En el caso que nos ocupa, el tiempo de permanencia del “novio” en Japón, es decir, unos pocos meses.
Mas Cio Cio San estaba verdaderamente enamorada de Pinkerton y, para demostrarlo, se convirtió al cristianismo, lo cual llevó a su familia, capitaneada por un tío bonzo, a renegar de ella, expulsándola de su comunidad. Desde ese momento quedó sola, apenas asistida por una vieja sirvienta, junto a su adorado depredador, quien desapareció al cabo de poco tiempo dejándola embarazada.
Cio Cio San tuvo a su hijo y esperó. Esperó un regreso de Pinkerton de cuya inminencia nunca dudó, contra la evidencia de que el tiempo pasaba y ni siquiera tenía noticias de él. Mientras tanto, un rico noble local, de nombre Yamadori, le ofreció matrimonio, sin que su voluntad de esperar flaqueara por un momento.
Finalmente, llegaron noticias. Pinkerton, sabedor de la existencia del niño, venía para llevárselo, acompañado de su “verdadera” esposa americana. Y el mundo de Cio Cio San se derrumbó. Incapaz de seguir viviendo, organizó su suicidio (la versión femenina del seppuku, un corte en el cuello afectando a la arteria carótida) de forma que el marino la viera en el instante mismo de morir.
Y así termina la ópera Madama Butterfly, de Giacomo Puccini, que seguramente los lectores habrán identificado a estas alturas de la narración. Una historia romántica de ambientación oriental que, sin embargo, en su extraordinaria verosimilitud más allá de exotismos, sigue emocionando a generaciones de espectadores, conscientes de la existencia de algunas madamas Butterfly no tan lejos de sus domicilios. Tantas como Trastornos de Depresión Mayor, o, al menos, como una parte significativa de ellos, puesto que la trayectoria vital de Cio Cio San es una hermosa metáfora, con obvia licencia poética, de la historia relacional de una depresiva mayor (Linares y Semboloni, 2014). Y el suicidio es el acto supremo de una dinámica psico-relacional depresiva. Casi podríamos decir su conclusión lógica.
Todo empieza, claro está, en la familia de origen, representada por un tío bonzo que arrastra al resto de parientes a su postura expulsiva. Abandonan la fiesta de la boda imprecando a la joven: “¡Has renegado de nosotros y nosotros renegamos de ti!” Se confirma así la indefensión de la víctima, que queda a merced del depredador de turno. Un bello ejemplar de depredador, puesto que se trata del tenor protagonista, no menos bello, por cierto, que el leopardo que devora a la gacela.
En “la vida real”, la familia de origen del futuro depresivo (o mejor de la futura depresiva, si hemos de honrar la estadística de género) se distingue por una combinación de hiperexigencia y falta de valoración. La imposibilidad de cumplir adecuadamente con el alto nivel de exigencia, y la no valoración de los esfuerzos realizados para conseguirlo, conducen a la descalificación (Linares y Campo, 2000). Y la persona descalificada en esa cruel dinámica, que transcurre paradójicamente bajo una apariencia plácida y hasta amable, trata de huir refugiándose en un nuevo contexto relacional que, por imperativo del ciclo vital, suele ser el de pareja.
Pero la búsqueda apremiante de una relación de pareja liberadora puede conllevar nuevas complicaciones. Salvo que el ecosistema sea enormemente generoso, brindando la persona adecuada para cubrir tan perentorias necesidades, la pareja de la futura depresiva puede responder a dos patrones fundamentales. Puede ser alguien necesitado de demostrarse a sí mismo y de demostrar al mundo que es capaz de dar todo lo que las circunstancias le exigen, en cuyo caso es probable que constituya una relación estable y duradera que figurará en la galería de personajes ilustres de la terapia familiar: el esposo de la depresiva, junto a la esposa del alcohólico, la madre del esquizofrénico o el padre de la anoréxica, por citar a los más conocidos. La evidencia de que, bajo la apariencia de grandiosa abnegación, se ocultan importantes limitaciones o incluso un engaño manifiesto, puede funcionar como desencadenante de los síntomas depresivos. Pero la supuesta pareja puede ser también, como en el caso de Cio Cio San, un depredador que se aprovecha de la debilidad de la presa para conseguir su objetivo, y luego huye.
Pinkerton, que es un “caballeroso depredador”, no devora a Butterfly, pero la abandona embarazada después de haberse asegurado cama caliente durante su estancia en Japón. Y, en el colmo de la dinámica predatoria, viene unos años más tarde con su esposa auténtica para llevarse a la criatura. Su personalidad es muy simple, como la de todo depredador humano que se precie. En este caso la psiquiatría convencional no dudaría mucho: Trastorno Narcisista.
Pero a nosotros, aquí, nos interesa más la mucho más compleja personalidad de Cio Cio San. El derrumbe de su mundo al saber las circunstancias del regreso de Pinkerton le revela la inmensidad de sus pérdidas y carencias. Es una carga excesiva para sus menguadas fuerzas e, inmediatamente, el suicidio se impone como única solución posible. Y aquí interviene también su buena dosis de narcisismo. Habría, teóricamente, otra solución, puesto que el noble Yamadori le ha propuesto matrimonio, lo cual cubriría sobradamente sus necesidades materiales y las de su hijo. Pero su orgullo herido (una de las muchas denominaciones del narcisismo) no le permite casarse sin amor.
Sacrifica, pues, la relación con el niño, del que se despide en una escena memorable, tan llena de ternura como de autoengaño, diciéndole que muere por él. Se supone que el niño es aún pequeño para entender, lo cual resta carga patógena al discurso. Pero nosotros sabemos que no es cierto. Cio Cio San muere por un complejo conjunto de razones, entre las que destacan tres:
1.- Castigarse a sí misma, de acuerdo con los rigurosos códigos samurais (que se adaptan a la perfección a los no menos rigurosos códigos depresivos), por no haber sido capaz de retener a su hombre.
2.- Castigar con un legado de culpa a quienes han sido responsables de su desdicha: la familia de origen, pero, sobre todo, Pinkerton. Y basta con ver, en cualquier montaje de la obra de cierta calidad, la cara de éste al contemplar la autoinmolación de la inocente Butterfly.
3.- Satisfacer su narcisismo, autodestruyéndose antes que ceder a propuestas negociadoras de una mediocre simplicidad: aceptar un matrimonio de conveniencia o contemplar cómo su hijo marcha con el padre a América.
En este ajuste de cuentas a varias bandas, incluida ella misma, puede haber daños colaterales, y tal es el probable futuro de ese hijo, marcado por la vivencia de que su madre no pudo, no quiso o no supo mantenerse viva para cuidarlo.
Juan Luis Linares, M. D., Ph. D.
(*) De inminente aparición en la revista Mosaico, órgano de la Federación Española de Asociaciones de Terapia Familiar.
Bibliografía
* Linares, J.L. y Campo, C. (2000)
“Tras la honorable fachada. Los trastornos depresivos desde una perspectiva relacional”. Barcelona, Paidós.
* Linares, J.L. y Semboloni, P.G. (2014)
“La familia en la ópera. Metáforas líricas para problemas relacionales”. Barcelona, Gedisa.