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Elogio de lo incierto

Lic. Hugo Hirsch

Vida Laboral    /    19 junio 2020

La incertidumbre es parte de la vida. Ninguna vida es pura certeza. Si lo fuese sería insoportable. Necesitamos algún grado de variación y la incertidumbre asegura que esto ocurrirá.

Si bien nadie tolera vivir una certidumbre completa o una incertidumbre completa, las personas varían en este sentido: algunas están en los extremos y la mayoría se ubica en algún lugar de ese amplio espectro. Somos muy variables, no sólo en cuanto al grado de incertidumbre que deseamos y que toleramos, sino a las áreas de nuestra vida en que necesitamos esa seguridad o novedad.

El grado de certidumbre varía de sociedad en sociedad y de organización en organización. La cultura marca qué debemos hacer y qué podemos hacer. “Podemos” se refiere tanto a lo que puedo hacer yo como a lo que puede hacer el otro. Si los dos tenemos a disposición un arco mayor de conductas, nuestro grado de incertidumbre aumentará.

En las empresas actuales las personas tienen que trabajar con un nivel de incertidumbre mayor que el del pasado. En principio, es difícil saber si la empresa va a seguir siendo la misma. Cualquier empresa hoy puede tener que cambiar rápidamente. Personas que se mantienen en la organización luego de un par de esos cambios “saben” que lo único seguro es que no pueden predecir cómo serán las cosas más adelante. El horizonte de certidumbre de un empleado de General Motors en 1950 no es el mismo que el de hoy. No sólo ignora si la empresa existirá o no, sino en que consistirá. Además, la movilidad de las relaciones en el interior de una organización también puede producir un nivel mayor de incertidumbre. En realidad, como las relaciones son menos jerárquicas y más funcionales es mucho más complejo el “saber cómo comportarse”. En principio, parece más fácil hacerlo con el jefe o el colaborador que desarrollar una relación de cooperación con el colega o el funcionario de otro departamento. El ingeniero puede tener más clara la relación con su jefe que con su colega de marketing.

En síntesis, suele ocurrir hoy en día que las personas no sepan bien que pueden esperar, cómo deben proceder y qué les conviene elegir. Hasta aquí hemos hablado sobre todo de los dos primero puntos. El tercero tiene que ver con lo que podríamos llamar el lado oscuro de la elección entre múltiples posibilidades. Desde las carreras que las personas pueden elegir hasta la ropa, existe hoy una variedad de opciones inimaginable hace pocas décadas. Aquí la incertidumbre se aplica en dos momentos: primero, no tener modo de elegir con certeza y luego no saber si uno hizo la mejor elección posible. Cuando las opciones son dos o tres es posible establecer un método de comparación, sea este correcto o no. Cuando uno elige entre diez posibilidades puede crecer mucho la duda sobre si la opción finalmente tomada era la mejor. Esa duda suele aumentar el malestar, la sensación de haberse quedado por debajo de lo que se hubiera podido alcanzar.

Como señalamos antes, nuestra sociedad y nuestras organizaciones nos demandan hoy vivir con un grado mayor de incertidumbre. ¿Esto es bueno o malo? Depende para quién y en qué dosis. Lo que puede ser un desafío estimulante para uno, puede ser fuente de stress para otro. La incertidumbre se vuelve un factor de stress cuando el individuo empieza a sentir que hay en ella un riesgo, una amenaza. También cuando siente que se equivocó, que pudo haber elegido algo mejor pero sin tener certeza tampoco sobre esto. Algunas respuestas del ser humano ante esto son bastante típicas:

1. Ignorar o evitar. La persona puede evitar tratar de tener más datos sobre la situación, porque justamente teme que la incertidumbre se vuelva certidumbre amenazante. Certidumbre amenazante no quiere decir necesariamente que la persona piense inevitablemente que algo malo ocurrirá. A veces “lo que se viene” es la necesidad de un cambio o adaptación posible que el individuo no tiene ganas de hacer, porque implica una reorganización personal relativamente profunda. Sucede, por ejemplo, cuando alguien presenta una idea o conocimiento nuevo y las personas tardan en entenderlo, pese a que no parece implicar grandes dificultades conceptuales. Lo que ocurre allí es que no entenderlo es dejarlo todavía lejos y, por lo tanto, no obliga a una reorganización cognitiva personal. Si, por ejemplo, uno tiene una opinión formada acerca de otra persona y empieza a recibir información que claramente no encaja con esa imagen, demorará en recibirla o tenderá a malinterpretarla para hacerla encajar en su esquema.

2. Preocuparse. Si algunas personas tienden a ignorar, desentenderse o rechazar lo que parece ser amenazante, otras lo tienen permanentemente presente y viven considerando preocupadamente las posibilidades. En su afán de controlar lo inesperado, la posibilidad que desde lo incierto salte un peligro, viven teniéndolo en mente como para evitar que los tome por sorpresa. Si esto conduce a un estudio real de las variables, a un mayor conocimiento de los hechos y a un análisis de probabilidades, aumenta la posibilidad de que el individuo vuelva a sentir un relativo control de la situación. Si, en cambio, se agota en tener presentes las implicancias sin que esto conduzca a acción o a un análisis más fino, esta preocupación tenderá a aumentar el stress en vez de disminuirlo. Es como estar en una trinchera sin poder moverse, pensando todo el tiempo que una bomba o una granada pueden estallar. En esas condiciones es preferible usar parcialmente la técnica del ignorar.

3. Asumir una falsa certeza. Bajo ciertas circunstancias lo que es incierto se nos aparece como muy probable. Hasta aquí estuvimos hablando de lo que pasa cuando percibimos algo en lo incierto como amenazante. También puede ocurrir que reduzcamos la incertidumbre en un estado de cuasi-certeza sobre lo que deseamos. La reducción de la incertidumbre mediante un recorte para sólo tener en cuenta los datos positivos ayuda a un bienestar psicológico al margen de las consecuencias a largo plazo que la decisión implica.

En resumen, cada persona tiene un grado de incertidumbre cómodo, un grado de incertidumbre tolerable y un grado a partir del cual se defiende a través de algunas de las reacciones que hemos mencionado hasta aquí. Todas esas maneras de reaccionar existen en cada uno de nosotros en diferente grado, dependiendo de la situación. Además, la reacción individual ante la incertidumbre suele depender mucho del clima colectivo. Los que están a mi alrededor o los otros que nos llegan a través de los medios constituyen con sus reacciones influenciadores muy poderosos sobre la percepción de incertidumbre y los modos de reaccionar ante ella. Siempre es posible la pregunta: ¿ésta es mi reacción o me estoy dejando llevar por el contagio?

Desde el otro lado: ¿Qué deben hacer las organizaciones y los líderes de las organizaciones para afrontar la incertidumbre de la mejor manera? Obviamente la respuesta es desarrollar hasta donde sea posible zonas de seguridad. Cada tipo de empresa, en un momento particular de su historia, puede proveer diversos grados de certidumbre de que las cosas son de un modo y seguirán siéndolo así en el horizonte psicológico del futuro inmediato. Muchas veces es bueno volver a llamar la atención sobre esas certidumbres para proveer un apoyo desde el cual afrontar lo incierto.

Por otra parte, los niveles de incertidumbre probablemente varíen según la posición dentro de la organización. En general en los niveles de mayor jerarquía es necesario manejar un grado de incertidumbre mayor.

Por otro lado, los cambios de posición o de organización generan un espacio de incertidumbre que se va achicando con el tiempo a medida que se conocen mejor las variables. En cada una de estas situaciones vuelve a aparecer la oportunidad de experimentar un desafío y la alegría de superarlo, o la amenaza y las diferentes maneras de afrontarla que hemos descrito mas arriba.

¿Qué papel le cabe al líder? Proveer confianza, que es la certidumbre de que la decisión es la más apropiada posible y que los obstáculos se pueden superar. Implica reconocer las dificultades pero con esperanza. Un líder que ha dejado de pensar que las cosas pueden salir bien ha perdido su liderazgo y la gente intuirá que falta la certidumbre necesaria para enfrentar lo que no se sabe. En este sentido el líder tiene su equivalente interno en cada uno de nosotros cuando afrontamos lo que no sabemos con seguridad con la convicción de que nuestra acción puede mejorar el resultado.

La convicción de que nuestra acción puede mejorar el resultado es parte de una convicción más amplia: la de que las cosas pueden salir bien; a esto se llama optimismo. Como su contraparte el pesimismo, son modos de posicionarse ante la existencia o partes de ella.

Dado que la mayoría de las situaciones no permiten predicciones certeras, es la posición o disposición que adoptamos ante ellas la que determina nuestros movimientos. Si creo que las cosas van a salir bien, voy a desarrollar una serie de acciones diferente a la que desarrollaría si pienso que las cosas van a salir mal. Naturalmente, las cosas pueden salir bien o mal independientemente de la suposición que hagan, pero hasta cierto punto mi suposición y las acciones que de ella se desprenden pueden influir en el curso de los acontecimientos. Es más probable que trabaje mucho en la concreción de un negocio si me parece que puede salir bien, que si pienso que es muy poco probable que se concrete. Seguramente en el primer caso haré más esfuerzo y también estaré trasmitiendo una convicción que puede influir en el resultado.

Optimismo y pesimismo son hasta cierto punto rasgos de temperamento, aunque muy influidos por la historia personal y el contexto. Ante la misma situación diferentes personas pueden suponer que el futuro próximo deparará sorpresas agradables o desagradables. A igualdad de otras condiciones (o sea, después de un análisis crítico) el optimista tendrá alguna ventaja sobre el pesimista. Por una parte, se sentirá mejor en el día a día hasta que la situación se desarrolle. Por la otra, su relativa confianza en que las cosas pueden ir mejor llevará a que sus acciones ayuden a obtener ese resultado y persuadan a otros de esa posibilidad.

Esto nos lleva de nuevo al tema del liderazgo, con más intensidad si estamos en posición de liderazgo formal pero también hasta cierto punto en cualquier interacción con otros nuestro optimismo o pesimismo es hasta cierto punto contagioso, y ese contagio influirá en lo que finalmente suceda.

En definitiva, sólo un cierto optimismo puede ayudarnos a sostener la curiosidad, la energía, y la capacidad para sobreponerse a los obstáculos que permitan que las situaciones inciertas tengan desenlaces positivos. Es bueno tener presente eso tanto cuando nos lideramos a nosotros mismos como cuando lideramos a otros.

 

Antecedentes bibliográficos

    • Schwartz, Barry (2004)
      The Paradox of Choice: Why More Is Less – Hardcover
    • Seligman, Martin E. P. (2004)
      Aprenda optimismo – De BOLSILLO
    • Tversky, A. y Kahneman, D. (1974)
      Judgment under uncertainty: Heuristics and biases. Science, 185, 1124-1131.

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